Después de levantarnos bien temprano ya que el descanso fue bueno y merecido. Arrancamos con los coches ya revisados del día anterior.
Los coches arrancaron a las siete, bien temprano para aprovechar el día. No sabíamos como sería cruzar Volgograd ni Astrachan, así que preferimos no ajustar los tiempos.
¡NADIE NOS DIJO QUE ERA EL DÍA OFICIAL DE LA POLICÍA RUSA!
Adivinad como lo celebran, parando a guiris. Y aquí aunque nos pese SOMOS GUIRIS. Y empieza la fiesta (después de la suerte de ayer, hoy no nos libra ni el tato). Y nos para la policía, venga pasaporte. Y nos vuelve a parar, pasaporte por aquí pasaporte por allá,…. Yo perdí la cuenta de las veces que nos pararon.
Pero hay que decir una cosa en honor a la verdad y es que le debemos dinero a la policía rusa, hay que reconocer que se han portado fenomenal con nosotros. ¿Por qué digo esto? Sencillo, un radar en zona de ochenta, creemos, y nosotros a ciento diez, ufffff. Aquí si que la cagamos, con toda la razón del mundo (¡otra vez!).
Nos paran, nos enseñan las fotos de los super coches, hablan entre ellos y con nosotros (en cirílico debía ser), seguimos la estrategia ya famosa: NO ENTIENDO, hasta que el poli me señala el tacómetro y me dice en un perfecto inglés con acento cirílico: ¡SPEED, SPEED!
Ahí fue cuando supimos realmente que tocaba soltar la pasta. Con gestos muy rusos me hace bajar del coche y me lleva a la garita (no lo hemos dicho, pero aquí los controles son la mayoría en puntos fijos con garitas para estar calentitos en invierno). Me siento en la silla al lado de la ventanilla, me hablan y hablan…. hasta que escucho la palabra mágica: PRESENTS, PRESENTS.
Ahí vimos la luz, con Alex al lado, le dije: corre a por regalos, lo que encuentres y te lo traes. En ese momento pasó un Mercedes GLK a 151 km/h. ni más ni menos; se encendieron las alarmas, y hasta el gran jefe salió de la garita con su gran gorro puesto para pedirle “consejo” al personaje del Mercedes.
Yo (Luis) seguía sentado en la silla como un buen niño justo cuando llega Alex con una bolsa de plástico con algunas “roñas” que luego me contó que eran unos mecheros, unas calculadoras y alguna cosilla más de ese calibre, que tal cual se la dimos, la guardaron sin mirar que llevaba (¡menos mal!).
Al haber algo de jaleo delante, nos dieron los pasaportes y nos mandaron seguir para que se pudieran ocupar bien del señor del Mercedes.
Ni miré para atrás, le dije a Alex. ¡Corre, corre, arranca rápido que no han mirado la bolsa! Lo mismo le dije a Jeni que estaba sentada en el asiento del conductor, a correr antes de que abran la bolsa. Y salimos de allí “volaos”. Según Alex, seguro que todavía nos andan buscando. Los extorsionadores les hicimos un “pasa la roña” profesional.
Y pasamos por Vogograd, ciudad bastante industrial y con una circunvalación eterna, pasando por pueblos adyacentes, semáforos y demás entretenimientos viales.
El paso por Astracham fue parecido, circunvalándolo para evitar el caos circulatorio que existía. Aun así nos tragamos un par de horas hasta conseguir llegar a la salida. Ahí fue el momento bohemio, paramos junto al Volga para hacernos unas fotos y poder descansar unos minutos disfrutando de la paz que transmite el suave paso del agua.
Tocaba buscar sitio donde dormir, queríamos un hostal entre Astracham y la frontera con Kazajstan pero no había nada de nada. Ya en el último pueblo y después de cruzar un puente flotante, en el último pueblo lo intentamos por última vez pero no dábamos con el hostal. Al final preguntamos a un policía. Hizo una llamada por teléfono con la seriedad que les caracteriza (pero ya con rasgos asiáticos) y a los dos minutos escuchamos un coche de policía con sirena puesta y derrapando al parar junto a nosotros, se nos puso cara de circunstancia, ¿ya la hemos liado otra vez? Pero no, se ofrecieron a guiarnos para llevarnos al hostal.
Una vez en el hostal se bajaron de coche (metralleta en mano), para preguntar a una paisana si había sitio, pero dijo que estaba cerrado y que no quería andar acogiendo gente, con eso nos dijeron que pasada la frontera. Nos acompañaron hasta la salida del pueblo y allí nos dejaron. Muy majos y atentos.
Al final, hicimos noche en mitad del campo, para irnos acostumbrando, cenamos tortellinis con tomatá de la mama Alegría (mi madre), acompañados de una buena ensalada de mosquitos, es lo que tiene encender una luz en mitad de un campo cerca de zona pantanosa (el delta del Volga). Y a dormir con la sensación de que, al final del tramo de Rusia, le debemos dinero a la policía (esperemos que no haya que pagarlo luego).
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