jueves, 30 de julio de 2009

Jueves, 30 de julio

Nos levantamos sin saber si fue real lo de anoche o no, pero nos despejó las dudas la “ñam ñam”, cuando salió con su nieto disfrazado de mongol para que le hiciésemos fotos.

Cambiamos las ruedas normales por las de tacos y partimos camino hacia Ulan Batar. Desde aquí hasta Ulaan Bataar nos espera la prueba final y la más dura, más de 2.000 km de pistas por desierto.

Emprendimos camino por la “carretera nacional” que atraviesa de oeste a este Mongolia. Esta carretera, por supuesto sin asfaltar, esta llena de piedras sueltas y baches, de una profundidad no superior a 20 cm, ya que sino estaríamos hablando de una comarcal.

A unos 40 km de la frontera dejamos la nacional y cogemos una comarcal con la intención de cruzar Mongolia por la parte norte, según el plan inicial establecido.

A medida que nos íbamos separando del pueblo entendimos porqué era una carretera comarcal. Dicha carretera era mucho más estrecha, con piedras mucho más grandes y los surcos horadados por el agua eran de mayor tamaño. La velocidad media que llevamos fue de unos 20 Km/h.

Esta carretera serpenteaba paralela y atravesaba reiteradamente un río, en cuyas márgenes estaban diseminadas las yurtas de los pastores mongoles.

Las yurtas o gers utilizadas por estos pueblos nómadas, están fabricadas por un entramado de madera, que les da la suficiente consistencia para soportar el viento y posteriormente están recubiertas por tela, lana y plástico para protegerles del gélido invierno donde las temperaturas pueden llegar a descender hasta los -50º C.

El transporte de las pesadas yurtas, que pueden sobrepasar los 300 kg, se hacen mediante camellos.

Reparto del material
A lo largo de esta carretera fuimos parando en casi todos los poblados de yurtas repartiendo el material que hemos traído desde España.

La frontera de Mongolia se abrió en el 2004 y además íbamos por una carretera comarcal por la que no pasa ningún extranjero. En el momento que nos veían aparecer con los coches, todos los niños que había cercanos a la carretera o de las yurtas salían corriendo a nuestro encuentro para saludarnos.

Esto es una de las cosas que más me han impactado del viaje, junto con el Registan de Samarcanda y la paciencia que tiene Yeni para soportarnos de tan buen humor.

Niños corriendo a
nuestro encuentro
Después de avanzar 70 km por esta maravillosa carretera (por lo bello del paisaje) llegamos a un pueblo y preguntamos por dónde debíamos ir al pueblo siguiente. Allí, cada uno decía una cosa y después de estar buscando una carretera (las llaman carreteras pero son pistas) que supuestamente unía los dos pueblos volvimos a preguntar. Unos que venían en una moto y conocían mejor las carreteras, al enseñarles el mapa nos dijeron que no se podía pasar y que nos debíamos desviar bordeando un enorme lago para poder enlazar con la carretera comarcal.

Dado el estado de la carretera comarcal y que además salían pistas por doquier y en todas direcciones, con lo que perdernos iba a resultar muy fácil, decidimos desandar el camino andado y retomar la carretera nacional.

Cuando ves en el mapa que por donde vas es una carretera nacional no te lo crees, hasta el momento que tienes que transitar por las secundarias y observas la enorme diferencia. Qué maravilla las carreteras nacionales en las que puedes hacer una media de 40 Km/h!. Eso sí, sin tener ningún cariño al coche.

A pesar de que los “foritos” se están comportando como unos campeones, en una de las rampas de un puerto, a una altura de 2500 m, nos tuvimos que bajar y empujarlos.

Avanzamos 70 km los últimos 30 por asfalto (¡¡¡qué delicia!!!) y llegamos a Olgi.

Paramos a echar gasolina y un hombre que conducía en sentido contrario, paró y nos ofreció hotel. Nos alojamos en una casa aledaña a la suya y volvimos a cenar patatas con cordero, acompañados por el marido, la mujer y una de sus preciosas hijas que iban y venían para hacernos compañía.

Por cierto, el abuelo también vino hasta tres veces, pero con diferentes intenciones, ya que trataba de vendernos un reloj. La primera vez nos pidió 5000 tugrug y como no se lo compramos, la segunda vez subió el precio hasta 10000 tugrug. Un tío astuto. ¡¡¡Si señor!!! La tercera vez, le dijimos que no lo queríamos, pero conociendo su gran astucia y su buen hacer para los negocios, seguro que nos lo habría dejado en 15.000.

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